TÚ DECIDES SER ROBLE O BAMBÚ
La tormenta arranca del suelo al fornido roble, pero no al junco, porque éste se dobla. No calcules mi fuerza, sino mis debilidades.
Isabel Allende.
Árbol noble, macizo y robusto, el roble es sinónimo de fortaleza.
Grandes raíces que sustentan su tronco poderoso e inabarcable, capaz de lucir con gran semblante las cicatrices sufridas con los años. Fabulosos brazos interminables que soportan esa majestuosa silueta, cobijo de mil formas de vida, consigue proteger a todos de la lluvia primaveral incesante.
Valioso en vida, codiciado en su muerte, capaz de evolucionar a banqueta de zapatero, escritorio de letrado o convertirse en una gran mesa de banquetes testigo de grandes encuentros y jolgorios, que siendo el orgullo del anfitrión, le permite recordar con añoranza aquellos años de vida vistiendo los campos, ahora sin cicatrices, pulidas por unas manos diestras con la guimbarda y el cincel.
Toda mi vida me he esforzado por ser roble. No por su ornamenta y majestuosidad, para eso que estén otros que no es virtud que me corresponda. Me refiero al roble resistente y fuerte, capaz de proteger a mi familia, siendo el sustento de quien de mi cobijo depende, soportando las inclemencias y llevando con orgullo las cicatrices que la vida me regale. ¿Acaso no es lo que se espera de un buen padre de familia? Fortaleza, siempre en pie resistiendo las tormentas, refugio y referente de todos, no me puedo permitir caer.
Con cada vendaval, mayor resistencia, creciendo en raíces que me mantengan en pie, ensanchando el tronco para obtener mayor robustez. El viento va y viene y vuelve a venir, no para de soplar; el roble ahí sigue y debe seguir, aunque se puede agotar. Todo está en orden y así seguirá, pero un día llega la duda, el temor a que la tormenta se convierta en huracán ante el que todo está vendido al antojo de su curso.
Es aquí donde me digo: ¡Hay que evolucionar!
Y en estos quehaceres internos, una vez más, Oriente me muestra el camino. De la India nos llega el bambú, que ni siquiera se le puede catalogar como árbol, conformándose con ser una simple planta. ¿Acaso puede competir con el majestuoso roble? Humilde hasta en su forma de nacer, necesita de siete años para poder germinar. Fuente de burlas de todas esas flores tan bellas como efímeras, el bambú sigue fiel a su plan, creciendo en su interior, buscando en lo más profundo a la espera de su momento, sin prisa, sabedor de que lo mejor está por llegar y para cuyo momento se debe preparar. Y es que de repente, cuando todos se habían olvidado de él, un día decide conocer la luz del sol obrándose el milagro. Capaz de crecer más de treinta metros al mes, dicen que si lo observas podrías verlo ascender.
Flexible y resistente, ligero e inquebrantable, ni tormenta ni ventisca ni huracán pueden con él. Pero si así fuera, aunque lo cortes vuelve a crecer.
Y en estas preguntas internas, una vez más el coaching me muestra el camino, haciéndome cuestionar hasta la verdad más verdadera. ¿Quién soy yo? ¿Quién quiero ser? ¿Roble o bambú?
Y en estas preguntas internas, una vez más el coaching me muestra el camino: depende de mi objetivo.
Hoy me siento cansado y quiero respirar, las cicatrices me duelen, la brisa me irrita y temo el huracán. Decido ser bambú y dejarme llevar, olvidarme de la resistencia y aceptar las tormentas cuando quieran llegar, ser flexible para no romper.
Hoy decido evolucionar, ser centro de burlas de las flores efímeras, perder la categoría de majestuosidad, pues prefiero ser un simple junco que se enfrenta a la tempestad a una admirada mesa en la que ebrios incontrolables derramen su champán.
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